jueves, 29 de julio de 2010

Mi casa de 57

Era linda mi casa de 57….

Al menos yo la veía linda….

Mi vieja, con su magro sueldo docente, no podía lograr que tuviésemos casa propia, así que allí alquilábamos y vivíamos todos…

El Bisabuelo León, la Abuela Jacinta, mi Mamá y yo.

Por tradición familiar y por cariño, al Bisabuelo todos le decíamos “Zeide”, que significa “Abuelo” en Yiddish.

En mi casa, el Yiddish sólo se usaba para nombrarlo a León y para que mi Mamá y mi Abuela hablasen de cosas que yo no tenía que enterarme porque era muy chico para poder entenderlas…

Pero lo mejor de todo era vivir en la calle 57.

La misma calle de la gloria eterna… a pocas cuadras de donde el paraíso se mezcla con el cielo.

La misma calle de la cancha de Estudiantes.

Era, en aquella época, muy aburrido ser hijo único.

Sobre todo los domingos por la tarde….

Era raro tener que jugar solo a la pelota….

Ser arquero y delantero al mismo tiempo.

Algo parecido a ser Guillermo Trama con los guantes de Delménico.

El asunto era más o menos así….

El patio era chico…. muy chico, y yo, con 12 años, me las tenía que arreglar para hacer la jugada… cobrar el penal… patear… y atajarlo al mismo tiempo.

No era tan sencillo como parece a simple vista.

Había que estar muy concentrado para saber en que momento ser Paolo y en cual Delménico.

Por suerte el Dr. desde el banco de suplentes me daba siempre una instrucción precisa sobre que hacer en cada jugada.

Contaba, eso sí, con la inestimable colaboración de la descascarada pared del fondo, que hacía las veces de equipo rival.

Yo pateaba siendo Guillermo Trama y, cuando la pelota rebotaba en la pared, me transformaba en Juan Carlos Delménico para atajar el penal salvador que nos daba el campeonato.

Siempre ganaba los campeonatos atajando el penal que nos daba el triunfo y nos permitía conservar ese punto de diferencia con el equipo rival que venía segundo en la tabla general….

Siempre en el último minuto…

Cada domingo era lo mismo…

La voz de Tito Ruffa desde Radio Provincia en la “Tonomac Siete Mares” que cada fecha, religiosamente a las 14, le robaba silenciosamente a mi vieja, aullaba gritando mis goles aunque solo yo pudiese escucharlos….

No importaba si frente a mi equipo estaba Sarmiento de Junín, Platense, Racing de Córdoba o Unión de Santa Fe….

Tampoco si le tenía que patear un penal a “Chocolate” Baley o atajarle uno a Juan Domingo Rocchia…

Tenía que ganarle a todos si quería dar la vuelta.

No viene al caso, pero la historia marca que me expulsaron solo una vez en aquel campeonato…. No me olvido más…

La primera tarjeta roja de mi vida…. Aunque no la última.

Jugábamos la Octava Fecha del Metropolitano ‘82 contra Ferro y veníamos cero a cero…

Gerónimo “Cacho” Saccardi me sacudió un terrible bombazo desde fuera del área y yo, Delménico, desvié la pelota con una volada de antología pero con tanta mala fortuna que el esférico hizo tronar el vidrio que daba al comedor y mi vieja me sacó la roja inmediatamente..

Ni siquiera amarilla…. Roja directa y me fui llorando a los vestuarios que, dicho sea de paso, se parecían bastante a mi habitación.

Por suerte el equipo no sintió mi ausencia y aguantó el cero a cero en un partido que venía muy, pero muy chivo.

La que si lo sintió fue mi pobre vieja, que tuvo que pagar, como pudo, el cristal destrozado.

Seguramente al día siguiente, no aparecería yo en los destacados de la revista “Goles” y el puntaje no pasaría de un 5 por mi expulsión.

No había, en mi patio, chicos que alcanzaran pelotas y que usaran buzos rojos con puños blancos y con la palabra “Estudiantes” escrita en manuscrito en la espalda, así que la “Pulpito” marrón con rayas blancas me tenía que durar todo el campeonato porque mi vieja me compraba una por torneo… de Marzo a Diciembre.

Si la “Pulpo” se pinchaba o se rompía, no había campeonato hasta el año siguiente a menos que la Abuela Jacinta contribuyera para comprar la sustituta.

Cuando durante los partidos la pelota se iba fuera, es decir, a la casa del vecino, estaba en serios problemas.

Allí, en “lo del vecino”, vivía la Sra. García que tenía un estrabismo que hacía que jamás supieras para que lado miraba. Tenía también una hija grande, la Lili, que se había quedado soltera al cuidado de un perro malo que siempre mordía.

Cuando la redonda se iba por encima del travesaño, es decir, por encima del tapial, tenía que avisarle a mi Mamá para que vaya a tocar el timbre porque, si yo saltaba la tapia, el perro, seguramente hincha de Gimnasia, me correría con todo el afán de hincarme los dientes y lesionarme para que no pudiera jugar la próxima fecha.

La antitetánica era como una fecha de suspensión en esos tiempos lejanos.

Contaba, también, en mi infancia, con mi propia hinchada.

Aquella que coreaba mi nombre aunque yo no estuviese jugando el mejor partido y nadie más pudiese escucharlo…

Salvo mi imaginación claro, ese lugar en donde yo era el gran Paolo Trama al comando del equipo.

Los malvones y jazmines de mi abuela formaban parte de la popular y el Zeide León, en su sillón plegable rojo y blanco, estaba en la platea preferencial.

Mi Bisabuelo se pasaba las tardes mirándome patear hacia la pared.

Quizás verme le recordaba su infancia pobre en Rusia donde había que inventarse juegos si uno era chico y quería jugar.

Y era mi mejor hincha… el más fanático… el que aplaudía mis goles, mi tacos, mis gambetas y mis atajadas…

Un viejo hermoso que fue capaz, entre tantas otras cosas, de llorar conmigo una vez que me expulsaron injustamente y la bronca pudo más…

Era hermoso vivir en 57…

La misma calle de la gloria eterna… a pocas cuadras de donde el paraíso se mezcla con el cielo.

La misma calle de la cancha de Estudiantes.

Nunca gané tantos campeonatos como en aquellos domingos en 57….

Lástima que hayan pasado tantos años y mi Bisabuelo ya no esté para corear mi nombre cuando yo, Paolo Trama en el patio de mi casa, haga ese gol que nos de, una vez más, el campeonato.

1 comentario:

  1. Excelente ivan! tanto que emociona!! Ya vamos a volver para la alegria de todos los pinchas!

    Salud viejo!

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